10 mar 2016

Satori,donde las luces las prenden las estrellas


No podés ladrar a todo el mundo, nunca dejarías de ladrar”, le explica Juan y Zen parece entender. El labrador que ya cumplió sus 10 años y aun no se entera de que ha dejado de ser cachorro, parece entender todo. Ningún humano logra explicarse todavía cómo es que distingue inmediatamente a los huéspedes de la casa de los demás transeúntes. Jamás le ladra a un huésped y siempre encuentra el modo de recibir un mimo.
“Allá es Jean Louis, acá Juanelbelga”. Juan, el belga, se instaló en Valizas hace 8 años y no abandona la erre en modo jota que le dejó el francés. Francés el idioma y no la nacionalidad (se bate a duelo con quien cometa tal error). Es capaz de repetir “eh?” cual abuelo sordo o niño desinteresado ante las preguntas o escenas que no atrapen su atención. Amante de Francis Malman –a quien no quiere conocer para no perder la magia- parece haber heredado de su madre la alquimia culinaria. 
Pero quien está detrás y adelante de todo, cuidando cada detalle con un amor infinito, es Jimena. Jimena conoce su negocio pero tiene claro que la planificación a largo plazo es una quimera y por eso sabe que va a seguir dándole vida al Satori mientras siga devolviéndole placer. 
Podría tener más huéspedes a costa de caos y colas para la ducha, pero no está dispuesta a perder la armonía de la tranquilidad y el encuentro. Podría poner wi fi, pero no está dispuesta a convertir la “zona de encalle” en un Cyber para monos. Con tranquilidad uruguaya y acelere sagitariano, Jimena está en todo. Te cuida como una madre, te escucha como una amiga. Ama el lugar que construyó y lo comparte cual ofrenda con quien lo cuide con igual amor. En cada retorno te vas a encontrar con algo nuevo, un recuerdo de un viaje, una creación de sus manos. Nada puesto al azar, nada arrojado ni superpuesto. Cada cosa parece haber nacido para estar ahí.
Desayunar en la mesa de la cocina cuando te despierta el olorcito a café recién hecho, retozar en la hamaca de mañana, huir del fondo en el calor de la tarde hacia la brisa que te da el frente de la casa. Caminar los pocos cientos de metros que te separan de “el pueblo” proponiéndote encargado de los mandados de todos, un día vos, otro ellos. Volver con las risas de la noche, tratando de embocar la llave sin despertar a todos. Saludar a Jimena, que siempre despierta, subir la escalera sin golpearte la cabeza y descansar hasta que el sol te indique que amanece un nuevo día en el paraíso. 
No, no es una disposición de la casa, es una energía que te arrastra, una patada en el ojo que te invita a descansar, a bañarte el año, a recuperar energías, a saludar estrellas fugaces, a inundarte de lunas llenas, a matear, intercambiar, compartir y abrazar hasta la próxima. Hasta la próxima, que siempre llega.
En un diciembre tranquilo de pre-fiestas o en el caos de un enero superpoblado, el Satori siempre es plan, siempre refugio. Quizás por eso, quienes tuvimos la suerte de pasar por ahí, lo sentimos un poco nuestra casa, una parte de nosotros y nunca le decimos adiós, siempre hasta luego
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1 comentario:

  1. Hola, mi alumna más recordada...... Me encantaría ir a tu nido a contar cuentos, que es lo que hoy hago con amor. Un lugar como el tuyo me encanta, creo que es lugar elegido para vivir. Este mes debo estar en mi casa el día 16 y el 24, ¿en qué momento te vendría bien que fuera con mi valija de cuentos. Tengo muchas ganas de verte

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